La tierra de todos by Vicente Blasco Ibáñez

La tierra de todos by Vicente Blasco Ibáñez

autor:Vicente Blasco Ibáñez [Blasco Ibáñez, Vicente]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1922-01-01T05:00:00+00:00


11

Poco después de la salida del sol abandonó Moreno su casa, por haberle llamado Canterac urgentemente.

Al entrar en el alojamiento del ingeniero encontró a éste paseando con impaciencia. Se había puesto ya las botas altas y el pantalón de montar. Un cinturón con revólver y su blusa estaban sobre una silla.

Con las mangas de la camisa recogidas y la pechera abierta, mostraba aún las frescas señales de su ablución matinal. Su rostro era más duro y autoritario que otros días. Una idea tenaz y molesta parecía colgar de su fruncido entrecejo. Sobre los muebles y en los rincones había numerosos paquetes envueltos en papel fino, atados y sellados elegantemente.

Se adivinaba que el ingeniero había dormido mal, por culpa de aquella idea que deseaba exponer a Moreno. Éste tomó asiento, preparándose a oír. Canterac se mantuvo de pie para seguir paseando, y dijo al oficinista:

—Ese Pirovani, a pesar de su ordinariez, me vence siempre. ¡Como es rico!…

Luego señaló los numerosos paquetes que ocupaban una parte de la habitación.

—Ahí tiene todos los perfumes que encargamos a Buenos Aires ¡Compra inútil! Los del italiano llegaron antes.

Moreno se apresuró a disculparse. Había hecho lo necesario para que el encargo viniese con rapidez; pero el otro, en vez de hacer el pedido por carta, enviaba un mensajero a la capital.

Canterac quiso mostrarse bondadoso y aceptó las excusas del oficinista, dándole unas palmaditas en la espalda.

—No he podido dormir en toda la noche, querido Moreno. Tengo un proyecto y quiero consultarlo con usted. Necesito aplastar a ese intrigante que se atreve a medirse conmigo… Aquí todos se consideran iguales, como si se hubiesen suprimido en el mundo las jerarquías. Hasta es posible que ese contratista se crea superior a mí, que soy su jefe; todo porque tiene más plata.

Sonrió Canterac con una expresión cruel, y siguió hablando.

—Yo haré que tenga menos. Hasta ahora le había tolerado ciertas cosas al aprobar sus obras. En adelante perderá muchos miles de pesos y se verá obligado a rescindir su contrato, yéndose de aquí.

Luego se aproximó a Moreno para hablar en voz baja, como si temiese ser oído.

—Quiero hacer algo extraordinario, algo que ese emigrante sin educación no pueda discurrir. Anoche lo he pensado. En el primer momento creí que era un disparate, pero después de reflexionar largas horas reconozco que es algo original y digno de realizarse, si resulta posible… Pirovani ha ofrecido una casa a la marquesa. Yo la ofreceré un parque… un parque que haré surgir en pleno desierto patagónico. ¿Qué le parece mi idea, amigo Moreno?

El oficinista le escuchaba con interés y asombro, pero no supo qué contestar. Necesitaba más explicaciones, y el otro siguió hablando.

—En ese parque daré una fiesta, una garden-party, en honor de nuestra amiga la marquesa, y hasta me proporcionaré la venganza de invitar a ese rústico enriquecido, para que se muera de envidia. Usted me hará el favor de dirigirlo todo. Aquí tiene las instrucciones; las escribí anoche, aprovechando mi falta de sueño.

Tomó el argentino el papel que le ofrecía Canterac, y luego de leerlo miró al ingeniero con extrañeza, como si dudase de su razón.



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